TANIA CARRERA (México)




Tania Carrera / Ciudad de México, 1988. Ha publicado los poemarios
Espejos (Editorial Gato Negro, 2013) y Un dios lubricante
www.undioslubricante.com, 2015; Fondo Editorial del Estado de
Morelos, 2018). Además es autora de los poemarios Inéditos Lovesong
y Gruta.

Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas 2009-2010, así́
como del Programa para Jóvenes Creadores del FONCA. Ganó el Premio
Nacional de Poetas Jóvenes Jaime Reyes, convocado por la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México, en 2010.


Una iglesia

Hay amarrados en cada uno de tus dedos
hilos sobrevivientes a la crisis,
afilados hilos de cobre que te unen a lo que ha quedado. 

La repisa roja que soporta tu obsoleta Enciclopedia de las Bellas Artes,
los libros de tus amigos,
la lámpara que tardaste dos años en poner porque no tenías taladro, 

la tapa de la caja de fusibles que
camuflaste con generosas cantidades de tinta dorada,
tu mesa para dos, tu fregadero verde olivo. 

Hilos de cobre tienen tus manos agachadas.
No miras tus palmas, no tienes nada más que lo que posees. 

Dijo aquí te dejo un lugar en la tierra,
como diciendo esta es tu casa
pero diciendo de aquí no sales.
Te dejo mis viudas de polvo,
la identidad de la familia,
un porvenir seguro,
pero diciendo un porvenir decidido, de aquí no sales. 

Cuéntame de sus palmas blancas,
¿puedes animar la imagen todavía en el pedazo de memoria?
Cuéntame del último día que lo viste,
sin nada a cuestas, más que sus palmas blancas bien vacías apartando el aire.
Apuesto a que en sus ojos había una liviandad que no lograste reconocer. 

Dijo aquí te dejo esta casa
porque sé que no dejarías a tu hermana en la calle,
como diciendo no dejes nunca a tu hermana en la calle
pero diciendo espero que tu hermana no te deje solo nunca. 

Esta casa, mi silla de paja blanca en un jardín que conozco antes de que exista,

¿qué pasará con ella cuando me crezcan espejos en las manos?


Patitos

Aquí va otra piedra desde la orilla.

A ver si rasura el agua                      

                                                                       una vez,

tal vez,

y luego se hunde.

Apenas una lápida,

se perderá a pocos metros.

Lanzo una piedra.

En el espejo una piedra

es una masa definitiva:

el lastre de lo estancado,

el arrojo

                                                                       otra vez

¿y qué?

También se hunde.

 

Y viene la fantasía de la flecha:

ha caído en el centro,

el centro de su único blanco

porque en el fondo una piedra

es el peso de un sólo puño.

 

Una piedra hacia el más allá

donde crece la lama que no me toca.

Y mientras se está yendo:

si el ángulo es correcto,

si el viento afecta las probabilidades,

si el temblor de mi brazo no definió la trayectoria,

si la piedra es ovalada o circular,

si la piedra tenía que ser ovalada o circular,

si lo que acabo de lanzar es un tabique,

si desconozco el mito,

si continúo desconociendo el mito,

si, a pesar de arrojarme, nunca conoceré el mito

que me garantice

que mi piedra rasurará el agua

                                                                       una vez           

                                                                                                          y dos,

tal vez,

porque si llega a tres

ya sería demasiado.



 


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